Con la mira en la cultura autogestiva
Los espacios culturales que no se encuentran bajo las alas estatales mantienen una relación difícil con el poder político imperante, con pedidos de desalojos y clausuras que obligan a utilizar la imaginación y el esfuerzo para seguir en pie.
Las experiencias de los espacios culturales autogestivos, que se desarrollan por fuera de la órbita estatal, presentan en la ciudad de Buenos Aires características afines que los igualan frente a los recurrentes pedidos de desalojo y clausura que pesan sobre ellos y que los obliga a replantearse formas novedosas de organización para enfrentar las amenazas que azuzan con el olvido a quienes los gestionan o sólo disfrutan.
La realidad del centro cultural Veinte Flores, del Sexto Kultural y de Los compadres del horizonte muestran una cotidianidad de tires y aflojes con el poder estatal, que enfrenta el desarrollo de estos lugares porque representan el “despertar de una nueva conciencia”, al tiempo que obliga a reflexionar en “cómo el poder piensa la cultura”, según se desprenderá de los porqués enarbolados por estos tres colectivos culturales.
El Veinte Flores es un centro cultural que forma parte de la Asamblea de Flores, nacida en 2001, cuando se sucedió el derrumbe de representaciones simbólicas que dejó un hueco que el Estado no podía llenar. En sus primeros meses (y ollas populares mediante), se congregaba en la plaza Del ángel gris (ex Aramburu), hasta que lograron ocupar el edificio que dejó vacío el quiebre de la Mutual Portuguesa , en 1998.
Sobre la Asamblea (cuya área de trabajo más importante es el de una cooperativa de viviendas que funciona en el edificio), pesa un pedido de desalojo desde diciembre pasado, que los integrantes de este centro creían ejecutado en marzo de este año y que aún los mantiene en una nebulosa que, sin embargo, no los adormece: “Aunque todavía no hay nada cerrado, estamos activando para sostener el espacio”, avisan.
Veinte Flores ofrece a los vecinos del barrio talleres a la gorra o de aranceles mínimos que le permiten financiarse y mantener una trinchera que los resguarde de la “política estatal que apunta contra la salud de este tipo de organización social”, al tiempo que se ganan una mirada más franca de los vecinos, que dejan de mirarlos de “soslayo”, como intrusos de una propiedad vacía y vaciada.
Sobre el Sexto Kultural, en Chacarita, también pesa un pedido de desalojo, aunque ya no por parte de un Estado que reclama el inmueble sino que el pedido llega del gremio ferroviario La Fraternidad , sobre el que recayó la titularidad de este edificio de seis pisos que ya no gestiona el Organismo Nacional de Administración de Bienes (Onabe), pero en el que sí funciona la Mutual Sentimiento y el centro cultural.
“Los gobiernos no terminan de darle el visto bueno a los espacios recuperados para proyectos culturales”, sostienen quienes en 2004 se encontraron con un espacio abandonado por las empresas que lograron las concesiones de los trenes cuando estos se privatizaron, “lleno de basura” y en el que invirtieron mucho tiempo y esfuerzo en “reconvertir para que vuelva a ser útil”.
Los integrantes del Sexto no tuvieron mayores inconvenientes con la Onabe , sí los tienen ahora con La Fraternidad : “Cuando la Onabe vio que se hacían actividades culturales, que el lugar estaba limpio, que había luz y agua, nos pidieron que formáramos una cooperativa” para seguir en el lugar. Así lo hicieron y bajo esa forma de asociación esperan una resolución judicial.
En cambio, el caso de Los compadres del horizonte, en Parque de los Patricios, es distinto. Su situación legal en el edificio que ocupan sobre Combate de los Pozos, frente al hospital Garrahan, no reviste ningún inconveniente. El alquiler pagado a tiempo (como Dios y el buen propietario requieren) no posibilita lío alguno.
El problema de esta “casa cultural”, tal cual los Compadres la definen, pasa por la clausura que amenaza con cerrar el merendero infantil “Juanito Laguna”, la biblioteca popular y los talleres que allí se desarrollan, en algunos casos desde 2003, cuando este lugar abrió sus puertas.
“A nosotros nos clausuraron en 2006. Seguimos abiertos un año y medio más, con un par de contravenciones que pesaban sobre algunos de nosotros. Después se hizo insostenible y paramos con las actividades nocturnas”, recuerdan los integrantes de este espacio que de a poco está empezando a tomar impulso nuevamente, a la espera de una decisión judicial que respalde el trabajo territorial que realizan.
“Nosotros pensamos que las exigencias que existen para los locales comerciales no pueden ser las mismas que para un lugar autogestivo, cuya finalidad es otra que la comercial”, argumentan en defensa del centro cultural al que el gobierno porteño le objeta no cumplir con algunas reglamentaciones y que desde la justicia no le ofrecen un marco legal bajo el cual cobijarse.
“Ellos dicen (el gobierno capitalino) que nosotros tenemos que habilitar el lugar, pero no encontramos una figura legal para hacerlo, así quedamos en stand by. Hoy logramos una certificación de la Secretaria de Cultura de la Nación que dice que un lugar como esto no necesita habilitación, eso lo tenemos como resguardo para no comernos una clausura más”, se esperanzan.
La ciudad de Buenos Aires posee una oferta cultural rica y variada, con emprendimientos públicos y privados que, en muchos casos, no cubren las necesidades artísticas, culturales, políticas y simbólicas de una vasta masa popular que también requiere de estas prácticas para poder constituirse en protagonistas plenos de la vida social del país. Es allí, en esas labores, donde muchos centros que actualmente corren peligro se inscriben.
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